Nunca fui promiscua. Siempre me dije a mí misma que jamás tendría sexo en la primera noche, jamás sexo sin conocerlo primero y desde luego jamás nada raro en la cama. Eso pensaba, en verbo pasado hasta que…
Tenía el día libre y decidí ir a tomarme un café sola. En principio quedé de encontrarme con mi amiga Lina, pero una urgencia de última hora hizo que cancelara. Me había dispuesto a pasar el día en casa haciendo cosas que nunca me daba tiempo para hacer, pero después de horas ordenando libros, ordenando mi clóset y habitación decidí que era el día perfecto hacer algo distinto.
Bajé a tomarme un café al centro comercial más próximo a la casa. Todas las mesas estaban llenas con algunas parejas y nadie solo, excepto yo.
Cogí mi celular y revisé mis redes sociales. Nada bueno, pensé. Empecé a leer las distintas publicaciones que mis amigos compartían todo el tiempo y después de leer una gran cantidad de artículos de todo tipo, acabé leyendo uno sobre Tinder. Había oído hablar de la aplicación, pero nunca se me había ocurrido descargarla.
El 62% de los usuarios son hombres. Tres de cada diez perfiles corresponden a una persona casada. El público estrella va de los 25 a los 34 años. Muy interesante, sobre todo para aquellos que estamos solteros.
Me quedé pensando por espacio de unos minutos y me leí un par de artículos más. Uno sobre el dopaje en el deporte, otro sobre las guerras de Irán, pero no me podía sacar de mi cabeza el tema de Tinder, por lo que cogí mi móvil y por curiosidad la descargué. No tenía mucho que perder.
El registro era muy intuitivo y sencillo, básicamente para poder comenzar con mi puteo tenía que darme de alta y lo hice.
La app funciona con ubicación y me salía que había 36 hombres a mi alrededor, todos muy distintos buscando conocer a alguien. Me pregunté si alguien en el café estaría registrado. Hice un barrido por el lugar de 360 grados.
Una voz me interrumpió.
– Hola, ¿eres Marcela?
– ¿Perdona?, lo miré con recelo.
– ¿Sí, si eres Marcela de Tinder?
-Uyyyy, ¿y cómo lo sabes?
-Por tu foto. Obviamente. Te vi en la aplicación, me gustaste y decidí buscarte entre los lugares de mi alrededor.
-Pero no es lo que piensas, simplemente por curiosidad instalé la aplicación.
– ¿Y por qué no la desinstalaste?
-Sí, debí haberlo hecho.
-Bueno, pues yo soy Sergio. ¿Tú cómo te llamas?
-Ummmmm yo soy Luisa (me había puesto el nombre de Marcela por seguridad), encantado – y se sentó en mi mesa.
– ¿Qué estás tomando?
-Perdona, ¿no vas muy rápido?
-Pero… estás en Tinder.
-No lo estoy.
-Si lo estas.
– Bueno, pídeme lo mismo que tú – respondí confiada.
–Dos rones con Coca Cola, uno de ellos con Coca Cola Zero, me supongo. Cuando me di cuenta tenía media de ron en la mesa y no eran ni las seis de la tarde.
Conforme iban pasando los minutos, Sergio resultó ser un chico muy simpático, espontaneo y casado. Se le notaba la marca del anillo en el dedo.
Terminamos el ron y el reloj marcaban las 9 de la noche y no pude resistirme cuando me propuso irnos a otro lugar y efectivamente llegamos a otro bar.
Sergio en realidad estaba bastante bueno: alto, corpulento, ojos café claros, piel trigueña y barba aliñada, pero bastante casado, por lo que no pude evitar que mis alcohólicos ojos en ese momento miraran al chico que había entrado en ese momento.
Casi me mojo cuando me entero de que Sergio y el que había acabado de entrar eran amigos y se fundieron en un abrazo, su nombre era Felipe.
Felipe, resultó ser mucho más simpático que mi nuevo amigo de Tinder. Sergio se fue al baño y cuando estaba pensado en cómo hacía para pedirle su número de teléfono, este me besó.
Me cogió por sorpresa, pero me apetecía tanto que dejé. Arrimaba su pecho a los míos dejando que mis tetas frotaran todo su cuerpo.
Sergio volvió y nos recompusimos como pudimos, yo no quería que pensara que solo era una calienta vergas y me imagino que Felipe no quería quedar mal con su amigo.
Nos tomamos una botella de más y cada vez que Sergio se separaba de nosotros, Felipe me besaba con pasión y paraba cuando su amigo volvía.
Ante mi sorpresa Sergio propuso ir a casa de Felipe para seguir tomando. Dudé un poco pero finalmente acepté.
Su casa era preciosa, bien decorada, preciosamente iluminada y con un gran bar.
Sergio se fue a dar una vuelta por la casa mientras Felipe me besaba. Metió su mano dentro de mi jean y quitó lentamente el hilo de la tanga mientras sobaba mis nalgas pasando su dedo por vagina. Le hubiese seguido la corriente, pero estando su amigo en casa nada podía pasar, pero tenía una tremenda borrachera y no escuchando a Sergio cerca me dejé llevar. Dejé que Felipe me metiera la mano por entre mis tetas y con la otra sobaba la parte delantera de la tanga mientras pasaba sus dedos húmedos por mi clítoris. Me sentía en la gloria, incluso me atreví a tocarle su paquete. No me acordaba de Sergio cuando Felipe quitó mi mano y se abrió rápidamente la pretina del pantalón sacando al aire toda su verga y volvió a posar mi mano en ella. Hice ademán de quitarla, pero notando su dedo en mi clítoris y el gusto que me estaba dando no pude menos que empezar a mover mi mano arriba y abajo para masturbarlo.
Como suele ser típico en mí, tuve un orgasmo en pocos minutos, gemía e intentaba recomponerme cuando Felipe bajando mi cabeza acercó mi boca a su verga. ¡Me la metí toda!, empecé a chupar.
Era una gran verga: grande y venosa y además su dueño me chupaba la vagina como un león.
Felipe me quitó los pantalones y la tanga. Me dio la vuelta y me la metió de golpe. Debía de estar muy mojada por que llevaba más de tres meses sin tener sexo y su pene entró como si nada. Me sentí llena, y más cuando Felipe sin pedir permiso me metió un dedo en el culo. Desde que salí con Andrés, (esta es otra historia de mi vida) había tenido sexo anal. Nadie en los últimos años se había atrevido a siquiera tocarme desde el día que lo pillé siéndome infiel.
En circunstancias normales le hubiese quitado la mano, pero estaba a cien por hora y me estaba gustando mucho lo que estaba pasando.
Estaba a punto de tener un orgasmo, acababa de tener otro y solo quería que aquello no acabase. Felipe me metía su verga mientras en mi ano entraba al menos tres dedos.
Retiró sus dedos y ante mi sorpresa una verga diferente entró en mi culo. Era la de Sergio, estaba a punto de protestar y pedir que no más, pero con un fuerte movimiento de cadera me la metió aún más fuerte.
Nunca había sido doblemente penetrada, en alguna ocasión con Andrés habíamos usado un vibrador y verga, pero dos juntas, jamás.
Me penetraron durante horas, no solo tuve sexo con dos hombres, uno de ellos casado, sino que se las chupé tanto que ambos se vinieron en mi cara.
Nos quedamos rendidos en el sofá bañados en sudor, flujo y semen. Felipe nos propuso ir a la habitación, pero por el efecto de alcohol y la aventura que había acabado de tener me quedé dormida mientras acariciaba ambos penes flácidos.
Al otro día, ni Sergio ni Felipe estaban a mi lado, estaba totalmente desnuda entendiendo lo que había sucedido la noche anterior, no tenía ni idea la hora que era, mi reloj se había quedado en la sala. Sé que me los había follado salvajemente a los dos y me sentía realmente avergonzada.
Hoy al escribir esto debo admitir que me da un poco de vergüenza, sin embargo, puedo decir que gracias a la aplicación cumplí una de mis fantasías de coger con un desconocido, donde no fue uno, sino que fueron dos.